viernes, 28 de noviembre de 2008

"La malaria debería estar ya eliminada, pero no hay una lucha decidida contra sus causas"

“La gente busca atención pronto, pero los tratamientos son costosos. En las calles de la ciudad se ven personas tiradas en el suelo, pasando escalofríos y fiebre”
“He pasado 47 años en Congo, quiero a la gente, veo que las cosas van peor, pero no volvería. Hay mucha corrupción, la responsabilidad es del gobierno y de las potencias y empresas que van a aprovecharse”

Anna Farré Maluquer

Misionera de Cristo Jesús, médica, cirujana, y especialista en medicina tropical, ha dedicado la mayor parte de su vida a servir a África, promoviendo servicios de atención básica, interviniendo en hospitales, formando al personal sanitario y extendiendo la educación para la salud. Su actividad social y profesional, centrada durante 47 años en la República Democrática de Congo, le ha puesto constantemente en relación con personas afectadas por la malaria, enfermedad que ha vivido en su propio cuerpo y cuyos efectos personales y sociales conoce. Anna tiene 76 años. Nació en Balaguer (Lleida), y hace el número 6 en una familia numerosa de diez hermanas y hermanos. 4 de ellos eligieron un opción radical de vida religiosa: uno es jesuita, otro escolapio, y dos de las hermanas son misioneras de Cristo Jesús.

Esta entrevista, celebrada en la casa de las misioneras en Javier, fue una conversación a cuatro en la que tomaron parte Teresa Franco, médica, Mirentxu Cebrián, enfermera, ambas voluntarias de medicusmundi, y el periodista que anota y transcribe.


LA VOCACIÓN DE SERVIR ME HIZO SER MÉDICA
-Tú eres religiosa, pero ¿por qué te decidiste por ser sanitaria?
-Primero de todo fue mi vocación religiosa. En mi familia no me pusieron ningún obstáculo, pero mi madre me propuso que, antes, viviera un tiempo de la misma manera que toda la gente joven, igual que mis amigas y amigos. Incluso hubo un chico que me gustaba y que me propuso casarme con él. Pero yo sentí que Jesús me había llamado primero. En lo profesional yo no pensaba en ser sanitaria. Es verdad que mi abuelo había sido médico, pero yo estudié magisterio. Cuando terminé el noviciado me dijeron que si quería hacer un trabajo eficaz en África, pensara en ser médica. Así que no lo dudé. Estudie la carrera en Pamplona y Valencia. Me destinaron a Congo, a un hospital en la selva. Enseguida comprendí que precisaba formarme más y estudié medicina tropical en Amberes. Fue en Bélgica donde pude hacer mis primeras prácticas de cirugía: intervenciones de apendicitis, hernias y algunas cesáreas, un aprendizaje adecuado a la realidad que luego abordé.

-¿En qué condiciones trabajaste en Congo?
-Llegué en 1964. Como todos los médicos extranjeros recién llegados tuve que hacer 6 meses de prácticas en un hospital. Yo aprendí mucho, en Kisantu, con un médico belga. Y después marché más al interior. Todavía era insegura y tenía miedo, dada mi inexperiencia. Pero la necesidad obligaba. Había un hospital en Panzi con mucha carga de trabajo para una sola hermana, porque acababan de abandonar los dos únicos médicos que había antes. La gente me acogió muy bien, aunque yo era todavía joven. Estuve 27 años en el Hospital de Panzi, en la zona de Bandundu. Trabajé con dos hermanas, una era pediatra y otra comadrona, y con un joven que, aunque solo era auxiliar de enfermería, había ayudado mucho y bien en prácticas de cirugía. Afortunadamente no se me murió nadie. Yo digo que allí ví cómo los muertos resucitan. Por ejemplo en casos de malaria, porque llegaban personas medio muertas, con malaria cerebral, en coma. Les poníamos quinina y a los dos días habían reaccionado y salido de aquel estado. Eso nos daba mucha alegría. También llegaba gente con unas hernias enormes, difíciles, que no había sido tratadas durante años, y las operaciones nos salían bien. A veces, ante casos que se me presentaban, tenía que leer, e incluso matamos una cabra para estudiar anatomía y poder intervenir con éxito a una mujer de una luxación crónica de mandíbula. Lo conseguimos, con anestesia bien calculada, vendajes oportunos, la suerte y la ayuda de Dios.

-Luego estuviste en Dekese, en la selva. Allá viviste el horror de la guerra.
-En Dekese, en plena selva, a unos 700 kilómetros de la capital estuve 17 años, desde 1990 hasta 2007. Allá, en el año 98, sufrimos la invasión de los rebeldes del este enfrentados a Mobutu y el enfrentamiento con las tropas gubernamentales. La zona se llenó de soldados, que violaron a muchas mujeres y nos trajeron el Sida. Venían a nuestra casa a robarnos y hasta nos quitaron los paneles solares que eran la fuente de energía del Hospital. Un día empezaron a tirarnos balas dirigidas al suelo para asustarnos, entraron en nuestra casa y nos acusaban de dar acogida a rebeldes. Estábamos muertas de miedo y sin posibilidad de comunicarnos porque nos quitaron la radio. Una noche la pasamos en el interior de la selva en una casita que habían preparado las mujeres como refugio para cuidarnos. Yo quise quedarme en el hospital, pero nuestras hermanas de Kinshasa no me dejaron hacerlo. Salimos en avioneta y creíamos que los militares podían disparar contra ella.

LA MALARIA Y SU TRATAMIENTO
-350 millones de personas hay en el mundo afectadas de malaria, Cada año un millón muere por esa causa, el 90% de ellas en África, y la mayoría niñas y niños. ¿Esta realidad qué te dice?
-Desde la Independencia de los países africanos las cifras han bajado. Con los años, los cuidados médicos han crecido en la ciudades, aunque en las zonas rurales sucede al revés. En todas partes se previenen mejor los casos graves, porque la gente conoce mejor los síntomas y se va acostumbrando a buscar un tratamiento temprano. Antes se hacía más profilaxis, tratando a los niños pequeños con nivaquina en el momento de hacer el control mensual del peso, pero eso se abandonó, porque los niños que eran tratados tenían menos resistencia a la enfermedad que otros que no se trataban y se curaban. Ahora se insiste más en la buena nutrición. Pero no hay una lucha decidida y fuerte contra las causas de la enfermedad. La malaria tendría que estar eliminada ya en Congo y en toda África, como sucede en la mayor parte de la India. La gran esperanza es que se encuentre una vacuna eficaz para la malaria.

-¿Por qué es más abundante la enfermedad en la infancia?
-Debido a una mala nutrición. Pero eso pasa más en la ciudad. Porque, en la selva, las mujeres que son fuertes y trabajadoras dan buen alimento a sus hijos. Consiguen proteínas con la caza, con la pesca, con unos gusanos comestibles grandes que salen de los árboles, con hormiguitas voladoras que se preparan con salsa, con una ratas que viven en la selva y son buenas para comer. Y no faltan vegetales, sobre todo las hojas de la mandioca y las nueces de palmera.

-Tú misma, ¿has sufrido la enfermedad?
-Muchísimas veces. Comenzaba a sentir dolor de cabeza, algo de fiebre, escalofríos y malestar general. Y en cuanto notaba los síntomas acudía al tratamiento. La malaria te deja sin fuerzas, a veces durante varios días, te produce vómitos, y anemia. Hay crisis que se repiten cada mes o cada trimestre, es como si llevaras la malaria dentro, atenuada, y te vas haciendo resistente. La malaria le roba bastantes horas de trabajo a la gente.

-¿Cómo se previene la enfermedad?
-Con mosquiteras, que es mejor que no se regalen sino que haya que pagar una pequeña cantidad por ellas para que se aprecien y se usen. Y con intervenciones medioambientales, saneando terrenos y limpiando a menudo los alrededores de las casas de hierbas y charcos, que es donde se crían los mosquitos, o evitando dejar abandonados recipientes con agua. No hay costumbre en Congo de hacer campañas de fumigación desde avionetas. Debería haber una intervención mucho más decidida y grande del Estado para sanear y desinsectizar. Los mosquitos están ahí y nos pican continuamente.

-¿Qué sucede en casos graves?
-Hoy se curan más y mejor. Incluso personas que llegan al centro sanitario y llevan varios días en coma. Pero aún existe cierto fatalismo. Recuerdo que llegan casos de malarias cerebrales. Allá toda la familia está alrededor del niño o del adulto, esperando que se muera. Hasta que el familiar se cura, ni comen, ni duermen, y se ponen a llorar, pensando que se va a morir. Si la muerte llega, a menudo se atribuye a los malos espíritus. Incluso se hace una reunión familiar para determinar quién ha tenido la culpa, o quién le ha querido matar, incluso aunque sea alguien que viva lejos.

-¿Cuál es el tratamiento?
-A los primeros síntomas, en cuanto aparecen las convulsiones, un baño con agua fría para que baje la fiebre. Y medicamentos: fansidar y, en los casos resistentes, quinina. La quinina tiene algunos efectos secundarios, el más grave es que puede producir temporalmente, sordera. En ocasiones llegan personas enfermas con una anemia fuerte y hay que hacer transfusiones de sangre. O remediar intoxicaciones producidas por tratamientos tradicionales inadecuados. Algunos curanderos prescriben una lavativas de agua con pilipili, un picante que obtienen de pequeños pimientos rojos, muy triturados. Se lo ponen porque irrita el intestino y hace evacuar. Pero si no consiguen evacuar, vienen al centro sanitario con el vientre hinchado, y algunas personas mueren intoxicadas. Hay muchos terapeutas tradicionales pero no quieren decir nunca que recursos utilizan. Algunos saben curar. Por ejemplo curan de maravilla muchas fracturas. Otros tratan bien las fiebres, actúan sobre los síntomas, pero la malaria no la pueden curar.

-¿Qué pasa con los medicamentos?
-Hay robos. Faltan medicamentos en centros de salud y hospitales. Algunos enfermeros se espabilan para tener los medicamentos esenciales, se arreglan con las farmacias y tratan a las personas enfermas en su casa. Así se cura a menudo la malaria, porque ahora la gente acude más pronto a recibir tratamiento y no hacen falta tantas transfusiones. Además los médicos de los hospitales están muy mal pagados por el Estado y piden dinero a quien demanda atención sanitaria, o intervenciones. Por eso la gente va con los enfermeros.

-¿Abundan los medicamentos falsificados?
- Sí, hay falsificaciones de medicamentos. Hemos probado que quininas que han sido fabricadas en Kinshasa, en India o en China, no curan con la misma eficacia y rapidez que otras quininas que llegan de Alemania o de España. Pasa lo mismo con algunos antibióticos.

-¿Resultan costosos los tratamientos?
-Pues, por ejemplo, un maestro, si tiene un hijo con una malaria cerebral, puede emplear todo su salario para curarlo, porque la quinina y los sueros resultan caros. La familia ha de vivir del trabajo de la mujer. Muchas familias tienen que endeudarse. Así que hay mucha gente que queda sin tratamiento. Basta con dar un paseo por la ciudad y es frecuente encontrar personas debajo de los árboles, tiradas en el suelo sobre una estera con mucha fiebre, pasando, como pueden, un brote de malaria. Allá están todo el día sin comer ni beber. No van al hospital, porque no pueden pagar el tratamiento.

AYUDA AL DESARROLLO Y COOPERACIÓN
-¿Llega ayuda eficaz?
-La situación es difícil. Yo he trabajado muy bien con medicusmundi y otras ONGD. Esa ayuda es buena y práctica pues mejora todos los centros sanitarios y forma al personal. Pero he visto cómo otras organizaciones que llegan allá, sobre todo de Estados Unidos, aunque dicen que van a ayudar, en el fondo esconden intereses económicos, buscan diamantes, oro y otros minerales provocando guerras, y he visto también en el país corrupción y robos de medicamentos y material sanitario. Todo eso no favorece el cambio social, al contrario, empobrece más a la población. Claro que hay mejoras en la vivienda, en las condiciones de vida, en la formación de la gente, pero en otros aspectos hay retroceso.

-Vuestra estrategia ha sido formar personal sanitario.
-Claro, porque sabíamos que no íbamos a quedarnos para siempre en aquellos hospitales. Así que vimos la necesidad de crear una escuela de enfermería de un nivel elemental, para formar auxiliares. Sacamos un buen número de profesionales, con bastante práctica. A quienes avanzaban más les enseñé incluso a tomar el bisturí. Hasta cesáreas llegaron a atender, muy bien. Veo que todavía hay mucho retraso, pero creo que nuestra tarea ha merecido la pena, no tanto por las personas a las que hemos curado, cuanto por el personal que hemos formado y que ha quedado en el terreno.

-Uno de los Objetivos del Milenio pretende combatir el sida, la malaria y la tuberculosis ¿Se va a lograr algo?
-Yo no veo, en Congo, una ayuda eficaz. Tengo la impresión de que esas ayudas tan grandes, que a veces llegan sí, no alcanzan su destino final. ¿A dónde se va ese dinero? Dice el gobierno que él debe recibir una parte, porque debe gestionar la ayuda. Pero no hay transparencia, no se sabe qué uso se da a ese dinero que queda en manos del gobierno.

-¿ Eres afropesimista o afrooptimista? ¿Cómo ves el futuro?
-Voy a cumplir pronto 77 años. Pero, aunque fuera más joven creo que no volvería a trabajar en un hospital en África. Creo que esa es una tarea de la gente africana. Tienen que hacer ya las cosas sin nuestra ayuda. Ahora recibo montones de cartas de gente que conozco, algunas tratan cuestiones de pura amistad, pero casi todas piden cosas concretas. Ya basta. ¿Ir siempre a África para dar? Eso ya me repugna. Si pudiera ir para una convivencia o para una colaboración entre iguales, como he procurado siempre, de acuerdo. Pero hay capacidades en África y en la gente de Congo. Son personas inteligentes, su país es rico, pero los recursos están mal repartidos. Esa es su responsabilidad. A pesar de que les quiero mucho, y aunque pienso que las cosas van ahora algo peor, no volvería. Amo a la República Democrática de Congo, y me duele que potencias y empresas extranjeras vayan allá a chupar la riqueza que debería mejorar la vida de los congoleños. La responsabilidad más grave es la de quienes gobiernan, se asignan grandísimos sueldos, viven en casas lujosas rodeados de servicio, disponen de coches carísimos y amasan verdaderas fortunas personales. Hay una corrupción generalizada. La ayuda debe llegar a los más pobres, pero no se les debe dar gratuitamente, sino haciéndoles colaborar en su desarrollo. Eso medicusmundi siempre lo ha hecho así, exigiendo la participación de la comunidad.

1 comentario:

El Sur 27 dijo...

pues no estoy de acuerdo